sábado

Todos estamos locos

La escena se repetía una y otra vez. En una de sus habitaciones. En aquella época yo era una esponja que intenta absorberlo todo. Me quedaba mirándoles, como se situaban uno en frente del otro como Carlo y Deán, lo único que ellos no disponían de bencedrina, en su caso tomaban tea o maría o farlopa o lo que pillasen ese día. Yo nunca me drogaba. Solo me sentaba. Observaba como poco a poco iban desenredando sus más oscuras ideas, como realizaban ese retaina de rimas, enlazando una frase con otra. A veces parecía una conversación poética, casi de Sócrates o platón, otras simples pensamientos banales pero aun así de una pureza extraordinaria. Eran cánticos, tenían una curva melódica sublime, y toda esa jerga lingüística. Yo encogía los dedos de los pies, era lo único que podía hacer, me sentía hipnotizada y atraída por sus voces. A veces parecía que entraba en un medio sueño y que sus voces me mecían para que no me cayese de ese medio-sueño, pero aun así era consciente. Otras intentaba alargar la mano y coger alguna frase para que no se perdiera en el olvido. Porque los tres sabíamos que todo lo que pasara en esas cuatro paredes, no podría, de ninguna forma, salir al exterior. Otras, me sentía contagiada por su estado anímico, jodidamente difícil de explicar. Tenían una conexión rara, de locos.

Cuando ya era bien entrada la madrugada y los parpados ya parecía que iban a cerrarse, alguno rompía ese canto, ese sinfín de conversación, llena de ideas profundas y se acercaba a mí, para comprobar que seguía cuerda y despierta. Entonces me pedían un cuento, a mí, que no tenía ningún tipo de inteligencia como la de aquellos, con sus ojos rojos y llenos de oscuridad en aquel momento. Y yo se lo contaba. Para apaciguar sus mentes, para llevarlos lejos de sus ideas oscuras. En verdad se comportaban como niños de 5 años. Amanecíamos siempre igual, yo en medio de los dos, como si formásemos un triángulo y en el que yo era el punto en el medio. El paso entre lo real y lo irreal, lo cuerdo y lo loco. Lo peor es que yo me sentía cada vez más loca. Estaba convencida que un día no nos conseguiríamos despertar y poder salir de esa habitación.








Inspiración: On the road-Kerouac.

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