felicidad.
La sensación de que tu mente es una olla a presión de ideas, que explotan, se juntan, bullen y luchan unas con otras. Pero luego, se encuentran con un muro blanco, y es imposible que fluyan con fluidez.
A veces me pregunto por qué escribo. También me pregunto por qué tengo esa obsesión de huir o viajar o escapar o deleitarme en no estar parada. Y otras, por qué ahora solo puedo escribir sobre mí, como si fuese un ser egoísta que busca la palabra que pueda auto-definirme.
La mierda de todo esto es que a mis 20 años ya empiezo a saber sobre crisis de los 25, contratos basuras, colesterol, muñecas de plástico re-operadas, el puto sueño americano, formar una familia, seguros de vida y muerte, las hipotecas y alquileres... Y mi mente huye.
No encuentro nada real. Y la misma palabra me explota en la cabeza. Creo que todo es como un show melodramático o una mala película americana sin efectos especiales. Joder, para que lo entendáis. Antes comía y la puta comida no sabía a plástico; antes me reía, y no escuchaba la risa dos tonos más agudos, como si intentase llenar el vacío; antes bailaba, y la música era acojonante; antes hacía cosas que creían que eran maravillosas, que me llenaban; ahora la sensación es hacer lo conveniente, lo que esperan que hagas, lo mejor para tu puto futuro.
Pero aún así, en el caos plastificado y masificado en el que vivo encuentro a gente que brilla, que habla sobre sitios inimaginables, que ríen con un tono normal, que corren calle abajo, que beben, bailan, se emborrachan y todo a la vez; que no tienen miedo del futuro, que hablan sobre conectar con la naturaleza, fuerzas extrañas, el origen del universo y la conexión mental y espiritual que hay entre las personas; del humanismo y el antropocentrismo, de simios que sienten y de delfines que hablan, de como hay mil maneras de enamorarse y de que hay que seguir buscando esa emoción perfecta. Eso para mí, es lo real.
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